Abel Sánchez;: una historia de pasión

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Renacimiento, 1917 - 233 páginas
 

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Página 137 - ¿Por qué he sido tan envidioso, tan malo? ¿Qué hice para ser así? ¿Qué leche mamé? ¿Era un bebedizo de odio? ¿Ha sido un bebedizo mi sangre? ¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra en que el precepto parece ser: «Odia a tu prójimo como a ti mismo».
Página 44 - Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
Página 58 - Caín, al envidioso, y luego, en aquel inolvidable discurso que me moriré leyéndotelo, en aquel discurso a que debo lo más de mi reputación, nos enseñaste, me enseñaste a mí al menos, el alma de Caín. Pero Caín no era ningún vulgar, ningún ramplón, ningún mediocre... — Pero fue el padre de los envidiosos... — Sí, pero de otra envidia, no de la de esa gente... La envidia de Caín era algo grande; la del fanático inquisidor es lo más pequeño que hay. Y me choca verte entre ellos......
Página 25 - Eran como llamas de hielo. Me costaba respirar. El odio a Helena, y sobre todo, a Abel, porque era odio, odio frío cuyas raíces me llenaban el ánimo, se me había empedernido. No era una mala planta, era un témpano que se me había clavado en el alma; era, más bien, mi alma toda congelada en aquel odio. Y un hielo tan cristalino, que lo veía todo a su través con una claridad perfecta.
Página 50 - Será mi vengadora — se dijo primero, sin saber de qué habría de vengarle, y luego — •: Será mi purificadera." "Empecé a escribir esto — dejó escrito en su Confesión — más tarde para mi hija, para que ella, después de yo muerto, pudiese conocer a su pobre padre y compadecerle y quererle.
Página 8 - ¡Yo me entiendo! -¿Tú? — ¿No pretendes ser quien mejor me conoce? ¿Qué mucho, pues, que yo pretenda conocerte? Nos conocimos a un tiempo. — Te digo que esa mujer me trae loco y me hará perder la paciencia. Está jugando conmigo. Si me hubiera dicho desde un principio que no, bien estaba; pero tenerme así, diciendo que lo verá, que lo pensará... Esas cosas no se piensan... ¡coqueta! — Es que te está estudiando. — ¿Estudiándome a mí? ¿Ella? ¿Qué tengo yo que estudiar? ¿Qué...
Página 46 - Ya dijo quien lo dijera que no hay canalla mayor que las personas honradas... — ¿Y tú sabes — le preguntó Abel sobrecogido por la gravedad de la conversación — que Abel se jactara de su gracia? — No me cabe duda, ni de que no tuvo respeto a su hermano mayor, ni pidió al Señor gracia también para él. Y sé más, y es que los abelitas han inventado el infierno para los cainitas porque si no su gloria les resultaría insípida. Su goce está en ver, libres de padecimiento, padecer a...
Página 137 - Sí, la tisis del alma. Y no pudiste hacerme bueno; porque no te he querido. — ¡No digas eso!... — Sí, lo digo, lo tengo que decir, y lo digo aquí, delante de todos. No te he querido. Si te hubiera querido me habría curado. No te he querido. Y ahora me duele no haberte querido. Si pudiéramos volver a empezar...
Página 41 - Sí, a su querida ... legítima. O es que crees que la bendición de un cura cambia un arrimo en matrimonio? — Mira, Joaquín, que estamos casados como ellos... — Como ellos no, Antonia, como ellos, no! Ellos se casaron por rebajarme, por humillarme, por denigrarme; ellos se casaron para burlarse de mí; ellos se casaron contra mí.
Página 27 - Creo que se me paró el corazón. Oí claros y distintos los dos sis, el de él y el de ella. Ella me miró al pronunciarlo. Y quedé más frío que antes, sin un sobresalto, sin una palpitación, como si nada que me tocase hubiese oído. Y ello me llenó de infernal terror a mí mismo. Me sentí peor que un monstruo, me sentí como si no existiera, como si no fuese nada más que un pedazo de hielo, y esto para siempre. Llegué a palparme la carne, a pellizcármela, a tomarme el pulso. «¿Pero estoy...

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