ABEL SÁNCHEZ UNA HISTORIA DE PASIÓN Al morir Joaquín Monegro encontróse entre sus papeles una especie de Memoria de la sombría pasión que le hubo devorado en vida. Entremézclase en este relato fragmentos tomados de esa confesión-así lo rotuló—, y que vienen a ser al modo de comentario que se hacía Joaquín a sí mismo de su propia dolencia. Esos fragmentos van entrecomillados. La Confesión iba dirigida a su hija. No recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde cuándo se conocían. Eran conocidos desde antes de la niñez, desde la primera infancia, pues ya sus sendas nodrizas se juntaban y los juntaban cuando aun ellos no sabían hablar. Aprendió cada uno de ellos a conocerse conociendo al otro. Y así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento casi, más bien hermanos de crianza. En sus paseos, en sus juegos, en sus otras amistades comunes, parecía dominar e iniciarlo todo Joaquín, el más voluntarioso; pero era Abel quien, pareciendo ceder, hacía la suya siempre. Y es que le importaba más no obedecer que mandar. Casi nunca reñían. «Por mí como tú quieras...!» le decía Abel a Joaquín, y éste se exasperaba a las veces porque con aquel «como tú quieras...!» esquivaba las disputas. -Nunca me dices que no!--exclamaba Joaquín. -Y para qué?-respondía el otro. -Bueno, este no quiere que vayamos al Pinar-dijo una vez aquel cuando varios compañeros se disponían a un paseo, -Yo? pues no he de quererlo...!-exclamó Abel.-Sí, hombre, sí; como tú quieras. Vamos allá! --No, como yo quiera, no! Ya te he dicho otras veces que no! Como yo quiera no! Tú no quieres ir! -Que sí, hombre... -Pues entonces no lo quiero yo... -Ni yo tampoco... -Eso no vale—gritó ya Joaquín.-0 con él o conmigo! Y todos se fueron con Abel, dejándole a Joaquín solo. Al comentar éste en sus Confesiones tal |