II -Qué tal te pareció mi prima?—le preguntaba Joaquín a Abel al día siguiente de.' habérsela presentado y propuesto a ella, a Helena, lo del retrato, que acojió alborozada de satisfacción. -Hombre, quieres la verdad? -La verdad siempre, Abel; si nos dijéramos siempre la verdad, toda la verdad, esto, sería el paraíso. —Sí, y si se la dijera cada cual a sí mismo... -Bueno, pues la verdad! -La verdad es que tu prima y futura novia, acaso esposa, Helena, me parece una pava real... es decir, un pavo real hembra... ya me entiendes... -Sí, te entiendo: -Como no sé expresarme bien más que con el pincel... -Y vas a pintar la pava real, o el pavo real hembra, haciendo la rueda acaso, con su cola llena de ojos, su cabecita... -Para modelo, excelente! Excelente, chi co! Qué ojos! Qué bocal Esa boca carnosa y a caregija vez fruncida... esos ojos que no miran... Qué cuello! Y sobre todo qué color de tez! Si no te incomodas... -Incomodarme yo? -Te diré que tiene un color como de india brava, o mejor, de fiera indómita. Hay algo, en el mejor sentido, de pantera en ella. Y todo ello fríamente. -Y tan friamente! -Nada, chico, que espero hacerte un retrato estupendo. -A mí? Será a ella? -No, el retrato será para ti, aunque de ella. --No, eso no, el retrato será para ella! -Bien, para los dos. Quién sabe... Acasb con él os una. -Vamos, sí, que de retratista pasas a... -A lo que quieras, Joaquín, a celestino, con tal de que dejes de sufrir así. Me duele verte de esa manera. · Empezaron las sesiones de pintura, reuniéndose los tres. Helena se posaba en su asiento solemne y fría, henchida de desdén, como una diosa llevada por el destino. «Puedo hablar?», preguntó al primer día, y Abel le contestó: «Sí, puede usted hablar y moverse; para mí es mejor que hable y se mueva, porque así vive la fisonomía... Esto no es fotografía, y además no la quiero hecha estatua... Y ella hablaba, hablaba, pero moviéndose poco y estudiando la postura. Qué hablaba? Ellos no lo sabían. Porque uno y otro no hacían sino devorarla con los ojos; la veían, no la oían hablar. Y ella hablaba, hablaba, por creer de buena educación no estarse callada, y hablaba zahiriendo a Joaquín cuanto podía. -Qué tal vas de clientela, primito?-le preguntaba. -Tanto te importa eso?... " -Pues no ha de importarme, hombre, pues no ha de importarme...! Figúrate... -No, no me' figuro. -Interesándote tú tanto como por mí te interesas, no cumplo con menos que con interesarme yo por ti. Y además, quién sabe... Quién sabe, qué? --Bueno, dejen eso—interrumpía Abel;no hacen sino regañar. -Es lo natural-decía Helena entre parientes... Y además, dicen que así se empieza. -Se empieza, qué?-preguntó Joaquín. -Eso tú lo sabrás, primo, que tú has empezado. -Lo que voy a hacer es acabar! -Hay varios modos de acabar, primo. -Y varios de empezar. -Sin duda. Qué, me descompongo con este floreteo, Abel? -No, no, todo lo contrario. Este floreteo, como le llama, le da más expresión a la mirada y al gesto. Pero... y A los dos días tuteábanse ya Abel y Helena; lo había querido así Joaquín. Quien al tercer día faltó a una sesión. |