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V

--A ver, a ver cómo va eso-dijo Helena levantándose para ir a ver el retrato. -Qué te parece?

Yo no entiendo, y además no soy quien mejor puede saber si se me parece o no.

--Qué? No tienes espejo? No te has mi-mai rado a él?

-Sí, pero...
- Pero qué...
-Qué sé yo...

-No te encuentras bastante guapa en este espejo?

-No seas adulón.
--Bien, se lo preguntaremos a Joaquín.

--No me hables de él, por favor. Qué
pelma!
-Pues de él he de hablarte.

Entonces me marcho... --No, y oye. Está muy mal lo que estás haciendo con ese chico.

-¡Ah! ¿Pero ahora vienes a abogar por él? Es esto del retrato un achaque.

-Mira, Helena, no está bien que estés así, jugando con tu primo. El es algo, vamos, algo...

-Sí, insoportable!

-No, él es reconcentrado, altivo por dentro, terco, lleno de sí mismo, pero es bueno, honrado a carta cabal, inteligente, le espera un brillante porvenir en su carrera, te quiere con delirio...

-Y si a pesar de todo eso no le quiero yo? -Pues debes entonces desengañarle. -Y poco que le he desengañado! Estov harta de decirle que me parece un buen chico, pero que por eso, porque me parece un buen chico, un excelente primo-y no quiero hacer un chiste, por eso no le quiero para novio con lo que luego viene.

-Pues él dice....

--Si él te ha dicho otra cosa, no te ha dicho la verdad, Abel. Es que voy a despedirle y prohibirle que me hable siendo como es mi primo? Primo! Qué gracia!

-No te burles así.

-Si es que no puedo...

-Y él sospecha más, y es que se empeña en creer que puesto que no quieres quererle a él, estás en secreto enamorada de otro... -Eso te ha dicho?

-Sí, eso me ha dicho. Helena se mordió los labios, se ruborizó y calló un momento.

-Sí, eso me ha dicho - repitió Abel, descansando la diestra sobre el tiento que apoyaba en el lienzo, y mirando fijamente á Helena, como queriendo adivinar el sentido de algún rasgo de su cara.

-Pues si se empeña...
-Qué...?

-Que acabará por conseguir que me ena‘ more de algún otro...

Aquella tarde no pintó ya más Abel. Y salieron novios.

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El éxito del retrato de Helena por Abel fué clamoroso. Siempre había alguien contemplándolo frente al escaparate en que fué expuesto. «Ya tenemos un gran pintor más», decían. Y ella, Helena, procuraba pasar junto al lugar en que su retrato se exponía para oir los comentarios y paseábase por las calles de la ciudad como un inmortal retrato viviente, como una obra de arte haciendo la rueda. No había acaso nacido para eso?

Joaquín apenas dormía.

-Está peor que nunca—le dijo a Abel.Ahora es cuando juega conmigo. Me va a matar!

a

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