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I.

No recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde cuándo se conocían. Eran conocidos desde antes de la niñez, desde la pri

Vans mera infancia, pues ya sus sendas nodrizas se juntaban y los juntaban cuando aun ellos no sabían hablar. Aprendió cada uno de ellos a conocerse conociendo al otro. Y así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento casi, más bien hermanos de crianza.

En sus paseos, en sus juegos, en sus otras amistades comunes, parecía dominar e iniciarlo todo Joaquín, el más voluntarioso; pero era Abel quien, pareciendo ceder, hacía la suya siempre. Y es que le importaba más

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no obedecer que mandar. Casi nunca reñían. «Por mí como tú quieras...!» le decía Abel a Joaquín, y éste se exasperaba a las veces porque con aquel «como tú quieras...!» esquivaba las disputas.

-Nunca me dices que no!-exclamaba Joaquín.

-Y para qué?—respondía el otro.

-Bueno, este no quiere que vayamos al Pinar-dijo una vez aquel cuando varios compañeros se disponían a un paseo.

-Yo? pues no he de quererlo...!-exclamó Abel.—Sí, hombre, sí; como tú quieras. Vamos allá!

—No, como yo quiera, no! Ya te he dicho otras veces que no! Como yo quiera no! Tú no quieres ir!

-Que sí, hombre...
-Pues entonces no lo quiero yo...
-Ni yo tampoco...

-Eso no vale-gritó ya Joaquín.-0 con él o conmigo!

Y todos se fueron con Abel, dejándole a Joaquín solo.

Al comentar éste en sus Confesiones tal

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suceso de la infancia, escribía: «Ya desde entonces era el simpático, no sabía por qué, y antipático yo, sin que se me alcanzara mejor la causa de ello, y me dejaban solo. Desde niño me aislaron mis amigos».

Durante los estudios del bachillerato, que siguieron juntos, Joaquín era el empollón, el que iba a la caza de los premios, el primero en las aulas y el primero Abel fuera de ellas, en el patio del Instituto, en la calle, en el campo, en los novillos, entre los compañeros. Abel era el que hacía reir con sus gracias y, sobre todo, obtenía triunfos de aplauso por las caricaturas que de los catedráticos hacía. «Joaquín es mucho más aplicado, pero Abel es más listo... si se pusiera a estudiar... Y este juicio común de los compañeros, sabido por Joaquín, no hacía sino envenenarle el corazón. Llegó a sentir la tentación de descuidar el estudio y tratar de vencer al otro en el otro campo, pero diciéndose:«bah! qué saben ellos...) siguió fiel a su propio natural. Además, por más que procuraba aventajar al otro en ingenio y donosura no lo conseguía. Şus chistes no eran reidos y pasaba por ser fundamentalmente serio. «Tú eres fúnebre» -solía decirle Federico Cuadrado--«tus chistes son chistes de duelo».

Concluyeron ambos el bachillerato. Abel se dedicó a ser artista siguiendo el estudio de la pintura y Joaquín se matriculó en la Facultad de Medicina. Veíanse con frecuencia y hablaba cada uno al otro de los progresos que en sus respectivos estudios hacían, empeñándose Joaquín en probarle a Abel que la Medicina era también un arte y hasta un arte bella, en que cabía inspiración poética. Otras veces, en cambio, daba en menospreciar las bellas artes, enervadoras del espíritu, exaltando la ciencia, que es la que eleva; fortifica y ensancha el espíritu con la verdad.

---Pero es que la Medicina tampoco es cienciale decía Abel.-No es sino un arte, una práctica derivada de ciencias.

-Es que yo no he de dedicarme al oficio de curar enfermos-replicaba Joaquín.

-Oficio muy honrado y muy útil...-añadía el otro.

-Sí, pero no para mí. Será todo lo honrado y todo lo útil que quieras, pero detesto

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