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»miendo que al oir el de ellos, el hielo se »me resquebrajara y hendido el corazón que»dase allí muerto o imbecil. Fuí a ella como »quien va a la muerte. Y lo que me ocurrió »fué más mortal que la muerte misma; fué »peor, mucho peor que morirse. Ojalá me hu»biese entonces muerto allí.

»Ella estaba hermosísima. Cuando me sa»ludó sentí que una espada de hielo, de hielo »dentro del hielo de mi corazón, junto a la »cual aun era tibio el mío, me lo atravesaba;

»era la sonrisa insolente de su compasión. ->Gracias! me dijo, y entendí: Pobre Joaquin!

» El, Abel, él ni sé si me vió. «Comprendo tu »sacrificio —me dijo, por no callarse.» No, »no hay tal-le repliqué;—te dije que ven»dría y vengo; ya ves que soy razonable; no »podía faltar a mi amigo de siempre, a mi... »hermano.» Debió de parecerle interesante »mi actitud, aunque poco pictórica. Yo era »allí el convidado de piedra.

»Al acercarse el momento fatal, yo contaba »los segundos. «Dentro de poco-me decía

»ha terminado para mí todo!» Creo que se me »paró el corazón. Os claros y distintos los dos

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»sís, el de él y el de ella. Ella me miró al pro»nunciarlo. Y quedé más frío que antes, sin »un sobresalto, sin una palpitación, como si »nada que me tocase hubiese oído. Y ello »me llenó de'un infernal terror a mí mismo. »Me sentí peor que un monstruo, me sentí »como si no existiera, como si no fuese nada »más que un pedazo de hielo, y esto para »siempre. Llegué a palparme la carne, a pe»llizcármela, a tomarme el pulso. «Pero estoy »vivo? Yo soy yo?»me dije.

»No quiero recordar todo lo que sucedió »aquel día. Se despidieron de mí

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fuéronse »a su viaje de luna de miel. Yo me hundi en »mis libros, en mi estudio, en mi clientela, »que empezaba ya a tenerla. El despejo men»tal que me dió aquel golpe de lo ya irrepa»rable, el descubrimiento en mí mismo de »que no hay alma, moviéronme a buscar en », a »el estudio, no ya consuelo-consuelo, ni lo »ñecesitaba ni lo quería,-sino apoyo para »una ambición inmensa. Tenía que aplastar »con la fama de mi nombre la fama, ya inci»piente, de Abel; mis descubrimientos cien»tíficos, obra de arte, de verdadera poesía,

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»tenían que hacer sombra a sus cuadros. Te»nía que llegar a comprender un día Helena »que era yo, el médico. el antipático, quien »habría de darle aureola de gloria, y no él, »no el pintor. Me hundí en el estudio. Hasta »llegué a creer que los olvidaríal Quise hacer »de la ciencia un narcótico y a la vez un esti»mulante!»

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Al poco de haber vuelto los novios de su viaje de luna de miel, cayó Abel enfermo de alguna gravedad y llamaron a Joaquín a que le viese y le asistiese.

-Estoy muy intranquila, Joaquín-le dijo Helena;-anoche no ha hecho sino delirar, y en el delirio no hacía sino llamarte.

Examinó Joaquín con todo cuidado y minucia a su amigo, y luego, mirando ojos a ojos a su prima, le dijo: -La cosa es grave, pero creo que

le salvaré. Yo soy quien no tiene salvación ya.

-Sí, sálvamelo!-exclamó ella.-Y ya sabes...

-Sí, lo sé todo!—y se salió.

Helena se fué al lecho de su marido, le puso una mano sobre la frente, que le ardía, y se puso a temblar. «Joaquín, Joaquín-deliraba Abel,-- perdónanos, perdóname!»

-Calla-le dijo casi al oído Helena,calla; ha venido a verte y dice que te curará, que te sanara... Dice que te calles....

-Que me curará...?-añadió maquinalmente el enfermo.

Joaquín llegó a su casa también febril, pero con una especie de fiebre de hielo. «Y si se muriera...!» pensaba. Echóse vestido sobre la cama y se puso a imaginar escenas de lo que acaecería si Abel se muriese: el luto de Helena, sus entrevistas con la viuda, el remordimiento de ésta, el descubrimiento por parte de ella de quién era él, Joaquín, y de cómo, con qué violencia necesitaba el desquite y la necesitaba a ella, y cómo caía al fin ella en sus brazos y reconocía que lo otro, la traición, no había sido sino una pesadilla, un mal sueño de coqueta, que siempre le había querido a él, a Joaquín y no a otro. «Pero no se morirá!", se dijo luego. «No dejaré yo

a

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