y cortantes de aquel médico que no creía en la virtud ajena.'' Antonia era la hija única de una viuda a que asistía Joaquín. -Cree usted que saldrá de ésta?—le preguntaba a él. -Lo veo difícil, muy difícil. Está la pobre muy trabajada, muy acabada; ha debido de sufrir mucho... su corazón está muy débil... -Sálvemela usted, don Joaquín, sálvemela usted, por Dios! Si pudiera, daría mi vida por la suya! -No, eso no se puede. Y, además, quién sabe? La vida de usted, Antonia, ha de hacer más falta que la suya... La mía? Para qué? Para quién? -No ha podido ser, Antonia-dijo Joaquín.- La ciencia es impotente! -Sí, Dios lo ha querido! -Dios? -Ah-y los ojos bañados en lágrimas de Antonia clavaron su mirada en los de Joa quín, enjutos y acerados.-Pero usted no cree en Dios? -Yo...? No lo sé...! A la pobre huérfana la compunción de piedad que entonces sintió por el médico aquel le hizo olvidar un momento la muerte de su madre. -Y si yo no creyera en él, qué haría ahora? -Puede más la muerte! Y ahora... tan sola... sin nadie... -Eso sí, la soledad es terrible. Pero usted tiene el recuerdo de su santa madre, el vivir para encomendarla a Dios... Hay otra sole- . dad mucho más terrible! Cual? -La de aquel a quien todos menosprecian, de quien todos se burlan... la del que no encuentra quien le diga la verdad... -Y qué verdad quiere usted que se le diga? -Me la dirá usted, ahora, aquí, sobre el cuerpo aun tibio de su madre? Jura usted decírmela? --Sí, se la diré. -Bien, yo soy antipático, no es así? -No, no es así! -La verdad, Antonia... -No, no es así! -Pues qué soy...? -Usted? Usted es un desgraciado, un hombre que sufre... Derritiósele a Joaquín el hielo y asomáronsele unas lágrimas a los ojos. Y volvió a temblar hasta las raíces del 'alma. Poco después Joaquín y la huérfana formalizaban sus relaciones, dispuestos a casarse luego que pasase el año de luto de ella. «Pobre mi mujercita!-escribía, años des»pués, Joaquín en su Confesión-empeñada »en quererme y en curarme, en vencer la re»pugnancia que sin duda yo debía de inspi»rarle. Nunca me lo dijo, nunca me lo dió a >entender, pero podía no inspirarle yo repug»nancia, sobre todo cuando le descubrí la »lepra de mi alma, la gangrena de mis odios? »Se casó conmigo como se habría casado con >un leproso, no me cabe duda de ello, por divina piedad, por espíritu de abnegación y »de sacrificio cristianos, para salvar mi alma »y así salvar la suya, por heroísmo de santi»dad. Y fué una santa! Pero no me curó de >>Helena; no me curó de Abel! Su santidad »fué para mí un remordimiento más. >>Su mansedumbre me irritaba. Había ve»ces en que, Dios me perdonel, la habría que»rido mala, colérica, despreciativa.» |