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-Bien, yo soy antipático, no es así?

-No, no es así!
-La verdad, Antonia...
-No, no es así!
-Pues qué soy...?

-Usted? Usted es un desgraciado, un hombre que sufre...

Derritiósele a' 'Joaquín el hielo y asomaronsele unas lágrimas a los ojos. Y volvió a . temblar hasta las raíces del alma.

Poco después Joaquín y la huérfana formalizaban sus relaciones, dispuestos a casarse luego que pasase el año de luto de ella.

«Pobre mi mujercital-escribía, años des»pués, Joaquín en su Confesión-empeñada »en quererme y en curarme, en vencer la re»pugnancia que sin duda yo debía de inspi»rarle. Nunca me lo dijo, nunca me lo dió a ventender, pero podía no inspirarle yo repug»nancia, sobre todo cuando le descubrí la »lepra de mi alma, la gangrena de mis odios? >Se casó conmigo como se habría casado con sun leproso, no me cabe duda de ello, por di»vina piedad, por espíritu de abnegación y »de sacrificio cristianos, para salvar mi alma

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»y así salvar la suya, por heroísmo de santi»dad. Y fué una santa! Pero no me curó de »Helena; no me curó de Abel! Su santidad »fué para mí un remordimiento más.

>Su mansedumbre me irritaba. Había ve»ces en que, Dios me perdone!, la habría que»rido mala, çolérica, despreciativa.»

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VIII

En tanto la gloria artística de Abel seguía creciendo y confirmándose. Era ya 'uno de los pintores de más nombradía de la nación toda, y su renombre empezaba a traspasar las fronteras. Y esa fama creciente era como una granizada desoladora en el alma de Joaquín.: «Sí, es un pintor muy científico; domina la técnica; sabe mucho, mucho; es habilísimos decía de su amigo, con palabras que silbaban. Era un modo de fingir exaltarle deprimiéndole.

Porque él, Joaquín, presumía ser un artis-, ta, un verdadero poeta en su profesión, un clínico genial, creador, intuitivo, y seguía

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soñando con dejar su clientela para dedicarse a la ciencia pura, a la patología teórica, a la investigación. Pero ganaba tanto...!

«No era, sin embargo, la ganancia-dice en su Confesión póstuma - lo que más me »impedía dedicarme a la investigación cien»tífica. Tirábame a ésta por un lado el deseo »de adquirir fama y renombre, de hacerme »una gran reputación científica y asombrar, »con ella la artística de Abel, de castigar así va Helena, de vengarme de ellos, de ellos y »de todos los demás, y aquí encadenaba los »más locos de mis ensueños, mas por otra »parte, esa misma pasión fangosa, el exceso »de mi despecho y mi odio me quitaban sere»nidad de espíritu. No, no tenía el ánimo »para el estudio, que lo requiere limpio y »tranquilo. La clientela me distraía.

>>La clientela me distraía, pero a las veces »temblaba pensando que el estado de distrac»ción en que mi pasión me tenía preso me »impidiera prestar el debido cuidado a las »dolencias de mis pobres enfermos.

«Ocurrióme un caso que me sacudió las »entrañas. Asistía a una pobre señora, en

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